lunes, 8 de diciembre de 2008

Verde

Verde

Sus ojos eran de un verde gastado, repetido, aburrido; así los amaba, tal vez los envidiaba o no recuerdo.
Me gustaba mirarla durante horas, claro, sin que ella lo notara, era como una violación visual, atentaba contra toda ella. Cerraba los ojos y acariciaba el aire como si fueran sus muslos, cuando los abría se había largado.
Esos ojos me tapaban la boca para no gritarle cuánto la deseaba, si lo hacía seguro se alejaría de mí (más). No se qué pasa cuando la miro, es como una fuente todo mi cuerpo, por cada poro sale un chorro caliente de ganas de ella, escurro y hago un charco, como si me hubiera orinado; entonces lo seco con vergüenza, así no lo nota.

Nunca me había enamorado de esa manera, digo enamorado por que es la palabra que uso cuando no sé qué diablos pasa conmigo. Cuando soy un idiota sólo digo que estoy enamorado y me consuelo.
Pensar en ella atrapaba todos mis sentidos: cerraba los ojos, me tocaba, mojaba mis labios, escuchaba su risa, olía su cabello, pero sólo pensaba. Y lo hacía varias veces al día. Me paraba justo enfrente de su esquina, al otro lado de la acera, le alzaba la minifalda con el aire que soltaba mi agitada respiración, mordía su vientre color luna llena, sí, ese que no es blanco pero no se parece a ningún otro color, acariciaba su cintura… hasta que escuchaba el toc, toc, toc que anunciaba unos tacones cerca, entonces abría los ojos y ella seguía ahí, haciéndole señas a los coches para que la recogieran.


Aquel día desperté muy temprano, me vi en el espejo y decidí no bañarme, quería que reconociera mi mugre… la misma mancha en la frente… el mismo peinado inexistente de ayer, anteayer y de la noche que la conocí, (todavía recuerdo, esa noche cobre un cheque, el último, y era entero para ella, quería llevármela a casa pero dijo que tenían hotel asignado, de cualquier forma no me alcanzaba para tenerla más de una hora. Lloré…) el mismo olor a cinismo, que me reconociera así como yo la reconozco por ese verde gastado, horrendo, etéreo.
Yo llevaba las pestañas recién quemadas: los ojos verdes se hicieron rojos, más rojos, hasta que ya no vi nada, de repente vi muy cerca la estufa, recordé para qué la había prendido, aunque lo he olvidado de nuevo; utilicé unas gafas negras para que el sol no me fastidiara, me senté, la miré. Tuve que parpadear mil veces, dos mil o no se cuantas, odié los segundos en los que cerraba los ojos, perdía tiempo de su cuerpo, que tal que descubría algo nuevo en ella en ese segundo apagado, me di asco y volví a la estufa. Era la primera vez que la veía con rayos de sol escurriendo de su piel, la vi pasar, corrí, aspiré y atrapé su olor, lo mastiqué y me supo a hierba, tan natural.
Con más ropa me pareció más sensual. La seguí varias cuadras, me aprendí su caminado de memoria. Fue difícil por que cada paso es diferente, y cuando se toca el cabello cada dedo tiene una tarea, uno separa, uno jala, uno se desliza, uno quisiera ser yo.

¡Pero no es deseo sexual! Son sólo ganas de tenerla, acariciarla, olerla, lamerla, morderla… nada más, no todos los hombres quieren penetrar a una mujer; pensando bien… yo sí, penetrar y penetrar: que sean mis manos penetradas en su piel, mis ojos penetrados y fundidos con los verdes, ¡verde sucio!, pensamientos penetrados en los suyos… nada más.
Y me sigo dando asco, más repulsión no puedo despertar. Apuesto a que si sus ojos no fueran verdes yo ni la miraría. La culpa es de su madre, sus ojos son igual de encajosos que se gastan el verde del mundo.

Y el corazón se me derrite si me acerco, por eso permanezco lejos, sólo un poco, lo suficiente para excitarme con sus ojos pero no quemarme con su piel. Las pestañas me avientan lejos, la protegen en todos sentidos, y el verde me llama, me insita a obligarla, pero no lo haría jamás porque tengo madre y una hermana… y si tuvieran sus ojos las obligaría también, ¡no! Ya no sé lo que digo, todo es su culpa.
Pero si no está, es como si tuviera una cuerda en el cuello, no respiro, hasta que aparece. El aire entra, viaja, sale.

Decidí que tenía que hacerlo y lo hice.

Ahora que la tengo inerte en mis brazos sólo quiero alejarla de mí… es sucia y sus ojos no son verdes, son color fastidio. La odio y despierta más repulsión que yo. Ella es lo que yo era, quise ser ella y ahora lo soy.
Mi falda roja brilla igual que el auto rojo que se acerca, mi blusa negra se levanta por los pechos que acabo de estrenar, mis piernas son más largas que las suyas pero nadie se percata, aprendí su caminado, nadie nunca sabrá que no soy ella.
Mis ojos verdes se hacen rojos, más rojos, calientes y ya no miro.

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