martes, 30 de diciembre de 2008

Unicornios

Unicornios

El autocontrol me arranca infinidad
y una pared obscura tropieza con mis labios tenues;
entorpezco al no querer tararear los latidos agitados de mi corazón
cuando ha dejado de punzar.

Tu ausencia ya no resulta una melodía
sino un pretexto
y las curvas de tu cuerpo ya no son más una delicia a mis ojos
sino una circunferencia rota,
ya no me río de la prisa de tu tacto,
ni de la curiosidad de las almas cautelosas.

Si la felicidad no existe ,
no me preguntes lo que sentí tanto tiempo;
si la alegría no existe,
cubre esos momentos
con una capa de piedra brillante,
sin amedrentar con palabras afiladas.

Dejemos de buscar lo que tú ahogaste,
ya nada emergerá en esta inundación precoz,
ni siquiera semillas de mentira
germinadas con crueles gotas.

Vamos a decir adiós
con los dedos enredados de tanto despedirse,
con el corazón hecho mierda…
No valdrá darte las gracias
por llevarte lo único que nunca tuve…


Esta noche los unicornios con cuernos vaporosos
ya no existen;
los colores se doblegaron
ante el blanco y negro del tiempo,
en el que ya no eres más que la nada grisácea
de esta noche de unicornios,
enemigos bufando
ante las palabras que ya suenan ridículas.

Hoy y mañana
son tiempos inescrutables
que mi cuerpo bañado en porcelana
no puede conjugar
Me rompo…
al caer en el suelo de mercurio
en el que tus piernas sin gracia resbalaron
sin hacerte daño;
el sentido de la vida no es hacia un lado o hacia el otro
si no hacia la nada y el todo.

Shhhh
escucha conmigo la ultima gota de sangre
que va a escurrir del cuerpo casi seco,
ovillado a tus pies,
exprimido por el cese del juramento del todo quebrantado.

lunes, 8 de diciembre de 2008

Andén

Andén
I
El cansancio le secó los pies de los que días atrás escurría ternura. La vida que había llevado no solía ser fácil, pero era vida y con eso se conformaba.
Cuando la conoció, supo que era ella; cuando la besó, supo que no podría volver a probar otra boca que no fuera esa; cuando le dijo que la amaba, sentía los latidos de su corazón en cada extremo de su cuerpo, la sangre corría a velocidad luz por todas sus venas… pero ese día, ese día después de dejarla se limitó a recoger sus lágrimas, amarrarlas con un hilo roído en el costado y dirigirse a la salida que, exactamente, no sabía donde estaba. Ese día podía haberle pasado todo, menos eso…
Hacia varios días que mantener la mirada sin echarla al piso ya no parecía tan fácil, cerrarlos resultaba más sencillo que mil intentos vanos.
Sospechar siempre fue peor que la certeza. Sospechaba que lo había perdido todo, tenía certeza de que estaba sola, no había a donde ir.
Cuando hubo cruzado la puerta le prometió a todo cuanto pasó que terminaría en ese instante, romper las promesas no fue nada complicado, nadie iba a reclamar.
Tenía los vellos quebrados de tantos tropiezos, la calle se hacía más larga a cada paso que daba, el cielo le rozaba la nuca aconsejándole que mantuviera el equilibrio, pero sabía que debía seguir, si miraba atrás terminaría debajo de uno de esos autobuses, no quería correr peligro en sus propias manos. No era el momento.
-La vida siempre ha sido así- se repetía una y otra vez como si fuera un telegrama para sí misma.
Se asustó al mirar el reloj y notar que eran diez para el mañana, se hacía tarde.
Corrió hasta el andén más cercano y se dispuso a saltar con los ojos bien abiertos para no arrepentirse, apretó los labios tan fuerte que logró probar el sabor de su interior. Un paso más y dejaría de ser de todos los que no querían que fuera suya.

II
La jaló con fuerza antes de que los demás pudieran adivinar lo que intentaba hacer, la besó con pasión, con ternura, con rabia por haber pensado en dejarla, la mordió.

III
Pensó que la muerte sabía a sus labios, pudo reaccionar cuando el viento que vomitaba el tren despeinó sus ya despeinados instintos.
Su conciencia subliminal le picaba los talones, corrió a alcanzarla.

IV
La miró, pero el destellante rojo del charco que creaba un puente de su rostro a sus pies le ordenó que apretara fuerte los labios y abriera bien lo ojos, debía saltar para alcanzarla.

Tentación

TENTACIÓN irremediable de aparente sensatez,
torpeza prematura que a mis años
es sólo espejismo de las cosas con que sueño.

Por favor…
convierte mis instintos
en prodigios bienaventurados de mañanas
clandestinos.

…que son mis piernas portavoz del pensamiento más genuino,
par de tentaciones
que escapan al susurro de mi oído
al latido de mi vientre
al espacio que dejaste.
Hay espasmo de suplicio
una gloria mal nacida combinadas con premisas azufrosas
azul-infierno

tentación que escurrió de mis manos
transgredí,
disfruté,
eructé.

Fueron viejos egoísmos,
vieja impaciencia,
crueldad untada a mis heridas.

Atrición que nunca llega,
son fallas de arrepentimiento a última hora

Siempre quise ser villano en el cuento de tu vida…

Verde

Verde

Sus ojos eran de un verde gastado, repetido, aburrido; así los amaba, tal vez los envidiaba o no recuerdo.
Me gustaba mirarla durante horas, claro, sin que ella lo notara, era como una violación visual, atentaba contra toda ella. Cerraba los ojos y acariciaba el aire como si fueran sus muslos, cuando los abría se había largado.
Esos ojos me tapaban la boca para no gritarle cuánto la deseaba, si lo hacía seguro se alejaría de mí (más). No se qué pasa cuando la miro, es como una fuente todo mi cuerpo, por cada poro sale un chorro caliente de ganas de ella, escurro y hago un charco, como si me hubiera orinado; entonces lo seco con vergüenza, así no lo nota.

Nunca me había enamorado de esa manera, digo enamorado por que es la palabra que uso cuando no sé qué diablos pasa conmigo. Cuando soy un idiota sólo digo que estoy enamorado y me consuelo.
Pensar en ella atrapaba todos mis sentidos: cerraba los ojos, me tocaba, mojaba mis labios, escuchaba su risa, olía su cabello, pero sólo pensaba. Y lo hacía varias veces al día. Me paraba justo enfrente de su esquina, al otro lado de la acera, le alzaba la minifalda con el aire que soltaba mi agitada respiración, mordía su vientre color luna llena, sí, ese que no es blanco pero no se parece a ningún otro color, acariciaba su cintura… hasta que escuchaba el toc, toc, toc que anunciaba unos tacones cerca, entonces abría los ojos y ella seguía ahí, haciéndole señas a los coches para que la recogieran.


Aquel día desperté muy temprano, me vi en el espejo y decidí no bañarme, quería que reconociera mi mugre… la misma mancha en la frente… el mismo peinado inexistente de ayer, anteayer y de la noche que la conocí, (todavía recuerdo, esa noche cobre un cheque, el último, y era entero para ella, quería llevármela a casa pero dijo que tenían hotel asignado, de cualquier forma no me alcanzaba para tenerla más de una hora. Lloré…) el mismo olor a cinismo, que me reconociera así como yo la reconozco por ese verde gastado, horrendo, etéreo.
Yo llevaba las pestañas recién quemadas: los ojos verdes se hicieron rojos, más rojos, hasta que ya no vi nada, de repente vi muy cerca la estufa, recordé para qué la había prendido, aunque lo he olvidado de nuevo; utilicé unas gafas negras para que el sol no me fastidiara, me senté, la miré. Tuve que parpadear mil veces, dos mil o no se cuantas, odié los segundos en los que cerraba los ojos, perdía tiempo de su cuerpo, que tal que descubría algo nuevo en ella en ese segundo apagado, me di asco y volví a la estufa. Era la primera vez que la veía con rayos de sol escurriendo de su piel, la vi pasar, corrí, aspiré y atrapé su olor, lo mastiqué y me supo a hierba, tan natural.
Con más ropa me pareció más sensual. La seguí varias cuadras, me aprendí su caminado de memoria. Fue difícil por que cada paso es diferente, y cuando se toca el cabello cada dedo tiene una tarea, uno separa, uno jala, uno se desliza, uno quisiera ser yo.

¡Pero no es deseo sexual! Son sólo ganas de tenerla, acariciarla, olerla, lamerla, morderla… nada más, no todos los hombres quieren penetrar a una mujer; pensando bien… yo sí, penetrar y penetrar: que sean mis manos penetradas en su piel, mis ojos penetrados y fundidos con los verdes, ¡verde sucio!, pensamientos penetrados en los suyos… nada más.
Y me sigo dando asco, más repulsión no puedo despertar. Apuesto a que si sus ojos no fueran verdes yo ni la miraría. La culpa es de su madre, sus ojos son igual de encajosos que se gastan el verde del mundo.

Y el corazón se me derrite si me acerco, por eso permanezco lejos, sólo un poco, lo suficiente para excitarme con sus ojos pero no quemarme con su piel. Las pestañas me avientan lejos, la protegen en todos sentidos, y el verde me llama, me insita a obligarla, pero no lo haría jamás porque tengo madre y una hermana… y si tuvieran sus ojos las obligaría también, ¡no! Ya no sé lo que digo, todo es su culpa.
Pero si no está, es como si tuviera una cuerda en el cuello, no respiro, hasta que aparece. El aire entra, viaja, sale.

Decidí que tenía que hacerlo y lo hice.

Ahora que la tengo inerte en mis brazos sólo quiero alejarla de mí… es sucia y sus ojos no son verdes, son color fastidio. La odio y despierta más repulsión que yo. Ella es lo que yo era, quise ser ella y ahora lo soy.
Mi falda roja brilla igual que el auto rojo que se acerca, mi blusa negra se levanta por los pechos que acabo de estrenar, mis piernas son más largas que las suyas pero nadie se percata, aprendí su caminado, nadie nunca sabrá que no soy ella.
Mis ojos verdes se hacen rojos, más rojos, calientes y ya no miro.