Andén
I
El cansancio le secó los pies de los que días atrás escurría ternura. La vida que había llevado no solía ser fácil, pero era vida y con eso se conformaba.
Cuando la conoció, supo que era ella; cuando la besó, supo que no podría volver a probar otra boca que no fuera esa; cuando le dijo que la amaba, sentía los latidos de su corazón en cada extremo de su cuerpo, la sangre corría a velocidad luz por todas sus venas… pero ese día, ese día después de dejarla se limitó a recoger sus lágrimas, amarrarlas con un hilo roído en el costado y dirigirse a la salida que, exactamente, no sabía donde estaba. Ese día podía haberle pasado todo, menos eso…
Hacia varios días que mantener la mirada sin echarla al piso ya no parecía tan fácil, cerrarlos resultaba más sencillo que mil intentos vanos.
Sospechar siempre fue peor que la certeza. Sospechaba que lo había perdido todo, tenía certeza de que estaba sola, no había a donde ir.
Cuando hubo cruzado la puerta le prometió a todo cuanto pasó que terminaría en ese instante, romper las promesas no fue nada complicado, nadie iba a reclamar.
Tenía los vellos quebrados de tantos tropiezos, la calle se hacía más larga a cada paso que daba, el cielo le rozaba la nuca aconsejándole que mantuviera el equilibrio, pero sabía que debía seguir, si miraba atrás terminaría debajo de uno de esos autobuses, no quería correr peligro en sus propias manos. No era el momento.
-La vida siempre ha sido así- se repetía una y otra vez como si fuera un telegrama para sí misma.
Se asustó al mirar el reloj y notar que eran diez para el mañana, se hacía tarde.
Corrió hasta el andén más cercano y se dispuso a saltar con los ojos bien abiertos para no arrepentirse, apretó los labios tan fuerte que logró probar el sabor de su interior. Un paso más y dejaría de ser de todos los que no querían que fuera suya.
II
La jaló con fuerza antes de que los demás pudieran adivinar lo que intentaba hacer, la besó con pasión, con ternura, con rabia por haber pensado en dejarla, la mordió.
III
Pensó que la muerte sabía a sus labios, pudo reaccionar cuando el viento que vomitaba el tren despeinó sus ya despeinados instintos.
Su conciencia subliminal le picaba los talones, corrió a alcanzarla.
IV
La miró, pero el destellante rojo del charco que creaba un puente de su rostro a sus pies le ordenó que apretara fuerte los labios y abriera bien lo ojos, debía saltar para alcanzarla.
I
El cansancio le secó los pies de los que días atrás escurría ternura. La vida que había llevado no solía ser fácil, pero era vida y con eso se conformaba.
Cuando la conoció, supo que era ella; cuando la besó, supo que no podría volver a probar otra boca que no fuera esa; cuando le dijo que la amaba, sentía los latidos de su corazón en cada extremo de su cuerpo, la sangre corría a velocidad luz por todas sus venas… pero ese día, ese día después de dejarla se limitó a recoger sus lágrimas, amarrarlas con un hilo roído en el costado y dirigirse a la salida que, exactamente, no sabía donde estaba. Ese día podía haberle pasado todo, menos eso…
Hacia varios días que mantener la mirada sin echarla al piso ya no parecía tan fácil, cerrarlos resultaba más sencillo que mil intentos vanos.
Sospechar siempre fue peor que la certeza. Sospechaba que lo había perdido todo, tenía certeza de que estaba sola, no había a donde ir.
Cuando hubo cruzado la puerta le prometió a todo cuanto pasó que terminaría en ese instante, romper las promesas no fue nada complicado, nadie iba a reclamar.
Tenía los vellos quebrados de tantos tropiezos, la calle se hacía más larga a cada paso que daba, el cielo le rozaba la nuca aconsejándole que mantuviera el equilibrio, pero sabía que debía seguir, si miraba atrás terminaría debajo de uno de esos autobuses, no quería correr peligro en sus propias manos. No era el momento.
-La vida siempre ha sido así- se repetía una y otra vez como si fuera un telegrama para sí misma.
Se asustó al mirar el reloj y notar que eran diez para el mañana, se hacía tarde.
Corrió hasta el andén más cercano y se dispuso a saltar con los ojos bien abiertos para no arrepentirse, apretó los labios tan fuerte que logró probar el sabor de su interior. Un paso más y dejaría de ser de todos los que no querían que fuera suya.
II
La jaló con fuerza antes de que los demás pudieran adivinar lo que intentaba hacer, la besó con pasión, con ternura, con rabia por haber pensado en dejarla, la mordió.
III
Pensó que la muerte sabía a sus labios, pudo reaccionar cuando el viento que vomitaba el tren despeinó sus ya despeinados instintos.
Su conciencia subliminal le picaba los talones, corrió a alcanzarla.
IV
La miró, pero el destellante rojo del charco que creaba un puente de su rostro a sus pies le ordenó que apretara fuerte los labios y abriera bien lo ojos, debía saltar para alcanzarla.
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